Por
Omar Fuentes.
Chin-chan... Chin-chan...
Chin-chan...
En una de mis sesiones de la
Certificación Internacional que estoy por terminar, platicábamos sobre
las generalizaciones.
Entre todos estábamos poniendo ejemplos de
generalizaciones
que, de una manera u otra, podrían limitarnos en nuestra manera de actuar
en el mundo. Una mujer dijo: “Todos
los hombres son infieles” y no tardó en responder un hombre que dijo: “Y
todas las mujeres son unas mentirosas”. Seguíamos emitiendo este tipo de
creencias cuando uno de los participantes dijo: “Entonces, por lo que
escucho, ¡todas las generalizaciones son malas!” Yo solté una
carcajada estruendosa que mis alumnos no entendieron hasta que llegó la
hora de terminar.
Lo cierto es que hay
generalizaciones
que no son convenientes en determinados contextos y
hay otras que sí lo son. Incluso, ahora
pienso, hay generalizaciones
que fueron convenientes alguna
vez y que ahora ya no lo son, y viceversa... y, por lo que escuchas,
¿sigues pensando lo mismo que antes?
Recuerdo, y no con mucha nitidez, que
alguna vez le pregunté a mi mamá cómo le hacía Superman para volar. Para
serte franco, no me acuerdo qué me contestó; tan cierto es que no lo
recuerdo, que a los pocos días, o quizás fueron semanas, me encontraba en
la parte más alta de uno de los
columpios de la casa con la plena disposición de volar. ¡Fue mi primer
vuelo! Y como era el primero, decidí que me aventaría parado, para
aprender, ya sabes. Me detengo un poco en el recuerdo porque me pregunto
cómo le hice para subirme... debieron estar realmente altos esos
columpios, considerando mi cortísima estatura a los 4 años. ¡Te aseguro
que no fue volando! Al final, te imaginas en qué acabó todo. Aún tengo la
cicatriz en la rodilla del tremendo raspón que me di. Y entonces,
seguramente, pensé: “Las personas no podemos volar. Sólo Superman puede
hacerlo”.
Y digo “seguramente” porque de no haber
sido así, lo hubiera intentado una y otra y otra vez. Tal vez hubiera
pensado: “Me faltó la capa. Esta vez me
pondré una para poder volar”. Y luego sería el calzón rojo y más tarde
ponerme unos lentes para luego quitármelos. Y lo hubiera intentado,
quizás, de los columpios, del ropero o de la azotea de mi casa... Lo
hubiera intentado una y otra vez y muy probablemente no estaría aquí
escribiendo todo esto.
Como puedes notar, esa
generalización
que un día formé en mi mente me ayudó a sobrevivir (y quién sabe a cuántos
millones de niños más). Entonces, ¡bendita
generalización!
Sospecho que algo parecido sucede con varias creencias que, cuando niños o
adolescentes, funcionaron muy bien. Pero no deja de sorprenderme el hecho
de que haya “niños” que siguen pensando que con un berrinche bien
elaborado pueden conseguir lo que quieren. ¡He conocido algunos de estos
“niños” de 50 años! A mí se me hace que nadie les enseñó una nueva
generalización:
“Siempre que creces, aprendes. Siempre que te
desarrollas, actualizas tus creencias”.
¡Claro! ¡Eso es! Si estás leyendo este
artículo entonces tienes una computadora, ¿cierto? Y tu computadora
funciona con un sistema operativo, ¿cierto? Y sabes
que cada cierto tiempo (y cada vez es más rápido) los sistemas operativos,
los programas y demás elementos de la misma están en constante
actualización, ¿cierto? Hay personas que utilizan, por ejemplo, la versión
de 1998, hay personas que usan la del 2000 y hay personas que ya se
adelantaron al futuro y utilizan las versiones más sofisticadas de los
programas para la computadora, ¿cierto? También es cierto que, sin
importar la versión, todos los programas sirven, de alguna o de otra
manera; incluso hay personas que utilizan un programa de 1985 porque les
gusta, pero eso no les impide hacer lo que hacen con sus ordenadores,
¿cierto? ¡OK! ¿Sabes, entonces, cuál es la diferencia entre un programa
del 85 y uno del siglo XXI? Que, casi siempre,
los últimos son más rápidos o más eficientes o más fáciles de usar que los
primeros... ¿cierto?
Tal vez sucede lo mismo con las
creencias. Los “niños” de 50 años que conozco utilizan “programas” que
alguna vez funcionaron muy, pero muy, bien. ¡Me pregunto
lo que pasaría si se enteraran de los adelantos en creencias que puede
desarrollar su propia mente, disponibles para todos en un
curso de PNL!
Ayer, por ejemplo, decidí desafiar la
creencia sobre Superman. Pensé: “No sólo
Superman puede volar. ¡Yo también puedo hacerlo y aún mejor!”.
Así que me fui volando (en este momento es sólo en sentido figurado) a
comprar un simulador de vuelo y una palanca para controlar
mi avión. Me llevé una agradable impresión al darme cuenta de lo avanzado
que está el concepto de volar hoy en
día: un timón, un altímetro, un indicador de velocidad aerodinámica, un
noséqué del cabeceo, un quiénsabequé del centrado, un
sóloDiossabequéesestómetro... “¡Hay tanto que
aprender y tanta vida para hacerlo!”, le dije a un “niño”
grandote con el que cené esa misma noche después de contarle mis primeras
proezas en el mundo de la aviación.
Hoy por la mañana desperté con una
extraña comezón en la espalda, pero lo primero que hice
fue prender la computadora para continuar con mis lecciones de vuelo. Sí,
sí,.. por ahora estoy volando una avionetita y no tengo ni la más remota
idea de cómo aterrizar pero ya estoy volando.
¡Afortunadamente no llevo pasajeros, aún! Al poco rato llegó La Lejli y
sólo se reía al sentir mis tropezones aéreos. Y la comezón en la espalda
seguía insistiendo; incluso tuve que hacer un aterrizaje forzoso (bueno,
todos mis aterrizajes son forzosos todavía, diría La Lejli) para rascarme.
“Lo que pasa es que te están saliendo alas”,
dijo La Lejli...
¡Ya terminé mi primer
vuelo “en solitario” (creo que así se dice) y se siente increíble! Y,
¿sabes algo? Comienzo a creer que la Lejli tiene razón...
Chin-chan... Chin-chan...
Chin-chan...
Omar Fuentes
está certificado como
Licensed
Trainer of NLP™
por
The
Society of NLP™.