Para cambiar hay que saber hablar

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Por Omar Fuentes.

Tse-tson… Tse-tson… Tse-tson…

Estaba sentado en una banca de la escuela tomándome un té de manzanilla, justo antes de una de mis clases, cuando una mujer se sentó exactamente junto a mí. En ese momento, estaba pensando sobre las palabras y lo que las personas hacemos con ellas. Ya sabes… reflexionaba en que casi todos los latinoamericanos hablamos un mismo idioma y, sin embargo, algunos nos comunicamos con otros –y con nosotros mismos– y obtenemos resultados deseables; por otro lado, hay quienes se comunican y consiguen aproximadamente lo opuesto a lo que deseaban. También estaba pensando que, a final de cuentas, una de las maneras en las que nuestro mundo interno está representado es precisamente por palabras…

Estaba a punto de ponerme a pensar en que los seres humanos elegimos ciertas palabras para hacer nuestros mapas de la realidad, cuando esta mujer me saludó amablemente y me preguntó si era yo el entrenador de Programación Neurolingüística. Habiéndole contestado que sí, me miró a los ojos y me dijo: “Tengo un problema grave”. Inmediatamente escuché un sonido estruendoso que hizo retumbos en cada una de mis circunvoluciones cerebrales e, incluso, en mi té de manzanilla: ¡Puaj!

En resumen, me contó sobre su hijo y su bajo rendimiento en la escuela. Añadió: “Ya lo intenté todo y nada funciona”. Doble ¡puaj! Estoy seguro que, en algún lugar de mi mente, todavía pensaba en aquello de las palabras cuando la mujer pronunció esa frase porque se me ocurrieron muchas cosas más sobre el tema cuando ya estaba en mi clase de PNL. Estaba bebiendo el último sorbo de mi ajetreado té cuando la mujer dijo: “Todos esos problemas de mi hijo me hacen pensar que yo soy una mala madre”. ¡Puaj! ¡Puaj! Y tres veces ¡puaj! Ella comenzó a llorar. Yo terminé con mi té.

Hasta este momento, no sé si alguna vez te habías puesto a pensar en esto: los problemas de las personas suelen estar “protegidos” por creencias limitantes que los hacen aparentemente irresolubles. Y las creencias están enunciadas con palabras. Y comunicamos nuestras creencias precisamente con esas palabras con las que están enunciadas. ¡Puaj! Viendo a la mujer buscando desesperadamente un pañuelo facial dentro de su bolsa, pensé: “¿Cuántas veces estamos buscando desesperadamente una solución para alguna de las situaciones de nuestra vida y lo único que encontramos son más y más problemas?” Mientras se secaba las lágrimas de sus mejillas, alcancé a pensar: “Si son las palabras las que constituyen ese ‘campo de fuerza’ de creencias limitantes que contienen a los problemas… ¿cómo podemos usar las mismas palabras para transformar esas creencias limitantes en creencias motivadoras?” Todavía con lágrimas en los ojos, me dijo: “¡Ay! Perdón. Ya abusé de tu tiempo. Perdóname.” Aquí escuché un ¡PUAJ! mayúsculo.

Lo único que dije fue: “Tú sabes mejor que yo que los jóvenes atraviesan por situaciones importantes a lo largo de su vida”. Ella asintió. “De hecho”, continué, “todas las personas nos enfrentamos a situaciones importantes a las que debemos prestar mucha atención, ¿no?” Ella volvió a asentir. Y continué: “No sé exactamente cuántas cosas has hecho para ayudar a tu hijo, pero estoy seguro que, en mayor o menor medida, han servido de algo, por ejemplo, porque así le haces sentir lo mucho que te importa y que estás dispuesta a ayudarlo, ¿cierto?” Y ella volvió a asentir con la cabeza (en este momento llegué a pensar que no le dejaba otra alternativa más que asentir). “También estoy seguro que no eres la mamá perfecta y eso sí me parece perfecto”. Aquí, ella comenzó a sonreír. “Y si a mí se me ocurrieran más cosas para que te sientas aún mejor, yo sería tu mamá… y gracias por este tiempo, porque me ayudaste a pensar en cosas que en unos minutos van a servirme más de lo que te imaginas. Espero que pase lo mismo contigo.”

Las personas somos interesantes. Y las palabras que usamos me parecen aún más interesantes. Me pregunto lo que pasaría si en cada frase tuviéramos una alternativa para ampliar nuestra perspectiva del mundo para luego reconectarnos con nuestra experiencia y disfrutar de los resultados. Aquella mujer me invitó un nuevo té y yo la invité a que participara de la clase de PNL de aquel día. Los ¡puaj! dentro de mi alocada cabeza se callaron.

Tse-tson... Tse-tson... Tse-tson...

Omar Fuentes está certificado como

Licensed Trainer of NLP

por The Society of NLP.

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